Tato Olivas

 

amor de dios, amor incierto

La academia Amor de Dios fue creada en Madrid, en 1953, como estudio de ensayo para la compañía de Antonio el Bailarín.

Posteriormente pasó a ser escuela de Flamenco y Danza Española. Hasta su desaparición en 1993, fue lugar de encuentro de figuras del flamenco. Alumnos procedentes de países y culturas varias y reconocidos artistas compartieron su arte y conocimientos. Por sus aulas pasaron Antonio Gades, el Güito, Manolete, María Magdalena, Joaquín Cortés, Sara Baras, Belén Maya, Antonio Canales, Victoria Eugenia, Merche Esmeralda, Cristina Hoyos y Carmen Cortés entre otros.

Dos meses antes de su cierre, el fotógrafo Tato Olivas visitó casi a diario la academia con el fin de dejar constancia de un concepto y una filosofía de escuela ya casi desaparecidos en la actualidad.

Y me llegó una carta de John Berger

Poco antes de morir, John Berger me envió una carta que hizo que el trabajo realizado años antes en la academia de flamenco Amor de Dios de Madrid, tomara nueva vida. La carta, sencilla y cariñosa, iba acompañada de un montaje fotográfico que John Berger realizó uniendo un dibujo suyo de un lirio con una foto mía de unas bailaoras tomada en Amor de Dios. Entre ambas encontraba extrañas similitudes y geometrías. Mantuvimos una correspondencia postal hasta su muerte. Esta correspondencia forma parte de su última libro: Confabulaciones.

Tato Olivas

De la Memoria y el Olvido

En la madrileña calle Amor de Dios hubo, hasta hace exactamente veinticinco años, una emblemática y famosa academia de baile flamenco que tomó el nombre de esa calle. Del año 1993, cuando Tato Olivas hizo estas fotos, yo apenas recuerdo nada concreto. Algunas vaguedades: vivía en una ciudad del norte, frecuentaba otras amistades, los paisajes que me rodeaban están tapizados de verde y, por lo que me cuentan, tenía un carácter afable (reconstruyo mi pasado con datos que ni siquiera son míos). Aparecen cuerpos frente a un espejo que se ve, o en el que se miran. Me enfrento a uno y trato de averiguar en qué pensaba entonces, pero las respuestas son contradictorias. Hay también manos, pies y miradas.

Una mujer parece que va a iniciar su baile, o la cámara ha congelado para siempre su movimiento, mientras otra clava sus ojos en la que vemos danzando. Una reproducción de esa foto le llegó al escritor, crítico de arte y ensayista John Berger. En su último libro, Confabulaciones, Berger cuenta el asombro que le produjo la imagen de la primera mujer: la geometría de su cuerpo en espera le recuerda a la de un lirio a punto de abrirse que él mismo había dibujado. Ahora repito gestos que he visto decenas de veces en la naturaleza: mis dedos como si fueran los canales divergentes de un delta; luego levanto una pierna para imitar a una piedra de la que no se entiende cómo puede llevar miles de años en un raro, casi imposible, equilibrio.

Nunca, salvo en esa ocasión, se había permitido a nadie tomar fotos en la academia Amor de Dios. Quizás alguien piense que son fotografías de flamenco. Pero miradlas bien: hablan de la memoria (de la mía, de la tuya) que se niega a ser devorada por el olvido.

Joaquín del Val, 1 de septiembre de 2018